A mí siempre me ha llamado enormemente la atención las acequias; ¿de dónde vienen?, ¿cómo es posible que suban laderas? La ingeniería hidráulica que manejaron los árabes hace mil años me sigue dejando perpleja y, sobre todo, que la sigamos utilizando tantísimo tiempo después.

Burbáguena cuenta con cuatro acequias que han visto como expulsaban a las personas que las diseñaron, vivieron la Edad Media, épocas de esplendor y otras de desencanto. Cuatro acequias que regaban infinidad de huertos; que con sus verduras, legumbres y fruta eran el sustento principal de muchas familias durante siglos y siglos.

En 1863, Madoz definió así en su diccionario a Burbáguena: “…tiene la huerta más hermosa que puede darse, poblada de árboles frutales de mil especies diferentes y de tan exquisita calidad que sus productos son apetecidos en todo el reino… son abundantes las legumbres y las hortalizas adquiriendo un jugo y sustancia que nada hay mejor, débase esta feracidad y delicioso sabor a las aguas del río Jiloca al cual bien puede darse el nombre de río de la fruta…”

Las acequias convirtieron laderas de monte en bonitos vergeles. Hicieron los caminos blandos, con trébol y césped. En ellas viven los ardachos entre las zarzas y las nogueras. Nada está mustio por donde transita la zaica. Hasta los líquenes y el musgo verdean en su curso cuando por él ya no fluye el agua, en los meses en que llega el frío.

Y los recuerdos de verano son algún capucete en sus rasas aguas y el ruido que hace al quitar el entibo y bajar la tarjadera; ese sonido de agua liberada que corre en trompa. La vida a paso lento entre pellas, porros y algún ababol.

Las personas del hortal seguimos buscando alimentar con nuestras güertas el hogar y el futuro; con campos llenos de chitos y como hermosa herramienta la jada y la legona. No es que seamos revolucionarios, es que hacemos lo que millones de personas antes prepararon para que pudiéramos disfrutar y así ser el eslabón, para que la siguiente generación pueda alimentarse de este trozo de tierra que es vergel, gracias al agua del Jiloca.

Silvia Benedí (Burbáguena)

(Ilustraciones: Hombres limpiando las acequias. 1950 Burbáguena. Fuente: Centro de Estudios del Jiloca)