Gallocanta tiene a su espalda el monte y ante sus pies la laguna. A más de 1000 metros de altitud, allí hacen crecer básicamente cereal, ganado y, hasta hace unas décadas, azafrán. Además, crían palabras y expresiones deliciosas que yo bebo de mi suegra, Pilar. A Pilar le gusta hablar y a mí me gusta escucharla.

Los perros son «chinos» y ya. «¡China, ven aquí!». Las casetas son casetos, y si están en ruinas, están escacharraos. Y la esparceta es pipirigallo, y cuando comienza a brotar, brinca. Así que en primavera brincan los pipirigallos. Yo, que no había oído nunca ni lo que era la esparceta, ni el pipirigallo, me imaginaba que en mayo el campo se llenaba de pequeños saltamontes saltadores o de mariposas volando.

En Gallocanta la zona de regadío está sólo en las tierras más cercanas a la laguna salada. Son tierras húmedas y muy fértiles. Allí están los huertos. Las parcelas de cultivo de cereal son piezas, pero las zonas de huerta en Gallocanta se llaman suertes. Los huertos se ponen en las suertes.

Pilar me cuenta que cuando se casó, su padre le dejó al joven matrimonio una suerte pequeñica, lo justo para poner algo de verdura: unas coles, unos rijos, alguna acelga… Sólo más adelante consiguieron tener una suerte mejor, más grande, y ya pudieron poner cebollas, ajos,… cosas que necesitas más tierra. Los pimientos, los tomates, las berenjenas, eso vino después. Porque de eso ni se ponía. No había tiempo ni tierra para esos lujos.

No sé. A mí me parece que la suerte más grande me tocó a mí, por tener una suegra como la que tengo.

Marta Gracia (La Almunia de Doña Godina)