«Mira, parece que está rechitando este geranio», decía la abuela Lorenza en su maravillosa terraza de la calle Delicias. La yaya, que aunque más de media vida había vivido en la capital, mantenía ese huerto urbano en su casa al igual que tantas palabras de su Luesia natal.
Rechitar es esa capacidad que tienen las plantas para seguir luchando por permanecer vivas en el presente y quien sabe si en el futuro. Vivas aunque desconozcan si va a caer una helada que acabará llevándose por delante esos nuevos chitos.
Al igual que las personas, plantas y árboles, no saben lo que va a suceder pero tienen un mandato interno que les ordena a hacer visible esa capacidad de rebrotar en medio de circunstancias adversas. A esta característica, algunos que de esto saben mucho le han venido a llamar resiliencia.

Las gentes del huerto a menudo no conocen estas palabras que conllevan un concepto científico estudiado por años, pero sí saben que el ortal se convierte en la mejor escuela de vida cuando de conocimientos profundos se trata. Es por ello que nos cuentan historias y ponen ejemplos donde un olivo o un rosal son protagonistas. Y es ahí donde nosotros y nosotras, a veces gentes de ciudad que estamos desconectados de lo natural deberíamos de centrar nuestra atención. En aquellas enseñanzas que duran más que lo que dura un like y que en estos momentos en los que el tiempo está cambiando nos pueden acabar salvando la cosecha antes de que llegue el frío de verdad.
Eduardo Solanas Casaus (Ontinar del Salz)