Era bien joven, un zagal de 10 o 12 años apenas, en los años 60, cuando aprendí lo que era “remudar plantero”. En aquella época, buena parte de la huerta de Villamayor de Gállego, lo mismo que en todo el entorno de Zaragoza, se dedicaba al cultivo de la remolacha azucarera.

Al ser una huerta antigua, muy fragmentada, había numerosas parcelas de pocas anegas, además de explotaciones poco mecanizadas. En aquellos años había muchos más animales de tiro, caballerías, yeguas, caballos, mulas, machos… que tractores, y si bien había máquinas sembradoras, estas eran poco precisas y después de la siembra con máquina, era preciso ir a esclarecer la remolacha una vez nacida.

Para evitar esta faena que requería mucha mano de obra, y que desperdiciaba mucha semilla, era frecuente el hacer planteros con la simiente, que una vez nacidos, se arrancaban cuando estaban ya fuertes y se remudaban mata a mata, con lo que se evitaba el esclarecer y se aprovechaba mejor la simiente de remolacha.

A los críos se nos encargaba la faena de echar el plantero al paso que los adultos lo remudaban a la tierra, clavando las pequeñas matas de remolacha, con la ayuda de jadetas de pala larga y estrecha y de mango corto, en surcos marcados previamente, con un aladro tirado por una caballería. Los echadores de plantero teníamos que andar de cara al que remudaba, andando de culo y echar el plantero, que se llevaba en una especie de devantal de saco o arpillera, mata a mata, a mano del que las clavaba en el surco, sin que se le amontonaran pero que no le faltaran, para ir al paso.

Por supuesto que se remudaban todo tipo de planteros; en la hortaliza, remudábamos también plantero de cebollino, de coleta, de ensaladas, de escarolas, de acelgas… de todo aquello que se había hecho previamente plantero.

Miguel Ángel Gargallo Lozano (Villamayor de Gállego)